domingo, 13 de abril de 2008

De entrevistas y vicisitudes

Tenía programadas, a priori, dos entrevistas. La primera se concretó. La segunda y mas importante, no. Cuando intente un reemplazo para la segunda, surgieron dos más. Decidí agregar las tres al bloque.

De ahora en más, la crónica de las cuatro: la fallida y las tres concretadas.

Jueves por la tarde en Quilmes. Son las 5 y 20 y mi amiga Gabriela me espera en la rampa para discapacitados del edificio en el que funciona la Escuela Municipal de Bellas Artes de nuestra ciudad. Me esperaba a las 5. Para variar llego tarde. Se suma Lucía, mi futura entrevistada. Corre desde el fondo y me abraza efusivamente. Las conozco desde hace mucho, al igual que a Pabilito, que aparece atrás. Los tres son de esos amigos que aparecieron en mi vida durante la época del taller de Arte y teatro adolescente (Si fuéramos algún grupo musical disuelto, un conocido tabloide Británico denominaría a esos años como “The teen-art years”.), hace ya mas de 8 años; él nos pregunta hacia adonde vamos, y ante una respuesta parecida a “para allá” y señanalando hacia la costanera, sin problemas se suma al grupo. Por desgracia Pablo se negó a ser un entrevistado más. Esto lo atribuyo a que, desde hace unos meses, el ya no es el mismo de antes: es uno de esos muchachos de 23 años con libreta de matrimonio.

Vamos los cuatro caminando por Sarmiento, cruzamos Rivadavia, luego Alsina, después 9 de julio, y se siguen sucediendo las transversales hasta llegar a Alberdi, donde esta el edificio al cual nos dirigimos.

En el principio del viaje le conté la propuesta a Lucia y le anticipe todas las preguntas que tenía preparadas. Solo tuve que dejar que hable, nunca alcancé a preguntarle nada: a la tercera cuadra recorrida encendí el grabador y ella fluyó. Al cabo de 9 minutos que duró el trayecto, habló de todo: las necesidades, la transformación del 2006, las actividades y los orgullos. Llegamos a Alberdi 500 con un petitorio. Prefiero resguardar la información que contenía el escrito, y tampoco voy a aclarar para los distraídos que entidad funciona en el edificio de esa calle a esa altura. Solo les voy a decir que mi entrevistado “número dos”, que debía estar allí cumpliendo con su horario de trabajo, no estaba, no había asistido a trabajar, paradójicamente, la única vez por semana que tiene que ir en la semana. Al regreso, algo desanimado, continué con el reportaje a Lucia. El mismo finalizó cuando ingresamos a la escuela. Allí me esperaba Hernán, otro de los soldados de “The teen-art years”. El si estaba sediento de una nota. A el le hice varias preguntas, sin embargo contesto pocas y se negó a algunas otras. Yo había preguntado a los presentes por la gente que siempre acampa en la planta baja o hall de entrada: aquellos que son como parte del inventario; una troupe de muchachos que se debaten entre el arte y la lucha: militantes que muchas veces tienen más pinceles que fundamentos, mas latas de pintura que libros, pero que supieron resistir y que luego de aquello resistirán cualquier embate. “Los chicos están reunidos en el segundo pisooo”, me gritan de atrás, no se quien, pero solo Gabriela sabia que yo los buscaba. Sinceramente, con el aporte de ellos intentaba encontrar un reemplazo para el artista y actual funcionario que no estaba en su despacho (ni en el Museo Roverano -su otro puesto de guardia- según me comunicaron); Pero a la vez surgía un nuevo rumbo en las investigaciones que darían formato a mi entrevista: enfocarme hacia el tema de la lucha.

Entré al bunker de la agrupación: segundo piso oficina 5. Los números y las denominaciones aun persisten, son los mismos desde la época en la que funcionaba el municipio en ese espacio. Diana es la que se ofrece a hablarme sin problemas, con la mejor onda. Varios de ellos tienen la misma intención, pero se los ve ocupados en sus tareas y eso los retrae. Llegué en plena reunión. Otro de ellos tendría ganas de una nota, pero está escribiendo un memo, y solo se distrae un segundo para pedirme mi numero de celular; alega que es para contactarse conmigo en un futuro y comunicarme noticias sobre las acciones del centro de estudiantes. Lo hace como si yo fuera un reportero de verdad, y yo no objeto nada y se lo anoto. Diana se suelta a hablar, aunque la inhiba el grabador. Igual se que no se suelta como debería. No la conozco más que de verla en las marchas, en la tele, el los diarios, en las conferencias, en algún cumpleaños de algún amigo en común. Bah, en realidad me doy cuenta que la conozco más que lo que pienso; la conozco sin haber cruzado palabra, tanto que sus respuestas se me vuelven predecibles. ¿Será que la conozco porque alguna vez la oí contestar las mismas preguntas? ¿O porque mis preguntas son tan predecibles que merecen respuestas predecibles? No desmerezco sus respuestas, solo es una apreciación.

Diana se explaya porque yo le explico que después desgrabaré, que no es una nota que saldrá en radio. Entonces se relaja más aún y expulsa mucha data; Yo la escucho atento, ya no tan sorprendido, porque ahora no se las respuestas, porque en el minuto diez de la conversación todo da un giro, y ya no se lo que me va a contestar. Es el único momento en el cual me siento excitado por una posible respuesta inédita para mí. No digo tarea cumplida, pero si gané un batalla.

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